lunes, 22 de marzo de 2010

DIA MUNDIAL DEL AGUA

EL DÍA MUNDIAL DEL AGUA.


EL CULTO A SUS DIOSES.

POR: Edwin Corona y Cepeda.

Instructor Internacional de Buceo.


Dedicado al Arq. Fernando Pérez Vignola


En las culturas de la América precolombina reviste primordial importancia el culto a los dioses del agua, cuyo ritual esta íntimamente ligado a los sistemas lacustres de toda la región mesoamericana, ya que en casi todos los depósitos acuáticos se ha encontrado muestras de esta veneración.

Son clásicos entre los buceadores mesoamericanos los hallazgos realizados en los Cenotes de Chichén Itzá, Chincultic, Bolonchojol, Timul, X-Pakay y Dzibilchaltún, haciendo la oportuna aclaración de que algunos de ellos fueron de uso cotidiano y otros de apreciación sagrada y sacrificio a la divinidad.

Así mismo, fueron receptorios de estas muestras de fervor religioso los lagos sagrados del Sol y de la Luna, situados a más de 4,000 metros de altitud sobre el nivel del mar del Xinántecatl o Nevado de Toluca, la Laguna de la Media Luna en Río Verde S.L.P. y la de Santa Teresa en Nayarit, el Río de Las Estacas y las Pozas de Cuautlixco en el Estado de Morelos, el Ojo de Agua del Atoyac en Veracruz, las Yácatas a orillas del Lago de Pátzcuaro en Michoacán, los lagos Atitlán y Amatitlán en Guatemala, la Laguna de Votos en el Salvador y el Lago Titicaca en la cordillera andina.

No escapan a esta apreciación las costas del Mar de Cortés, ricas en “concheros”, ni las del Golfo de México, específicamente las de la Isla de Sacrificios cercana a Veracruz y representativa de la cultura totonaca, ni las cercanas al “Peñón del feo nombre” de la Villa Rica donde se localizaron las naves del Conquistador de México Hernán Cortés y las fortalezas a la orilla del mar de Quiahuistlan en Veracruz y Tulum en Quintana Roo, ni las piezas encontradas en las costas de Michoacán por el Pacifico y los vestigios de hachas de jade y fragmentos de cerámica maya en las aguas claras, limpias y transparentes de la Isla de Cozumel o las figuritas femeninas de barro que dieron su nombre a Isla Mujeres.
Ricos, también en naufragios, son los mares mexicanos, cuyos restos yacen desde hace casi 5 centurias, esperando salir a superficie para ser mostrados en el esplendor de su belleza a todos aquellos que no han logrado la oportunidad de verlos en su estado natural en el fondo del mar.
Vayamos, pues, antes de adentrarnos en el desarrollo del buceo mexicano a tomar en consideración el culto a los dioses del agua en el panteón precolombino.
Indudablemente que la deidad más importante de la lacustre cultura azteca, asentada en Tenochtitlan en el lago de Tezcoco, lo era Tlaloc a quien se le reconocía como Dios de la lluvia, el agua, el trueno y el rayo, quien es fácilmente reconocible pues en todas sus representaciones, sean escultóricas o pictográficas, su máscara aparece como si llevase anteojos y debajo de la nariz unos enormes bigotes y a la altura de su labio superior, en ambas comisuras, sobresalen enormes colmillos. Por si esto fuese poco, cuando en su lengua aparece, en su representación frontal, esta es bífida, como la de la serpiente, lo que sugiere, según los expertos un doble lenguaje, material y espiritual.

Por su representación e importancia dentro de la cultura lacustre mesoamericana fue que la Federación Mexicana de Actividades Subacuáticas (F.M.A.S.) lo adoptó, desde su fundación en el año de 1973 como su símbolo oficial, según aparece representado en el Códice Magliabecchi. Esta representatividad de la faz del Señor del Agua azteca se ha colocado sobre el fondo del emblema rojiblanco de la bandera internacional de buceo y en el extremo superior izquierdo se han colocado tres penachos o volutas que representan a los tres elementos de la Tierra y la Ecología, que son el agua, la tierra y el aire y que también coinciden con los tres elementos fundamentales de la materia que son los estados sólido, líquido y gaseoso.

Síguele en importancia dentro del complicado culto de la teofanía azteca su esposa Chalchiutlicueye o “la de la falda de piedras preciosas”, o Matlacueye o “la de la falda turquesa” (azul). Esta diosa tenía a su cargo la preservación y el cuidado de las aguas contenidas en recipientes cerrados como fuentes, pozos, arroyos, ríos, lagos, lagunas y el mar

Siendo, por tanto, la capital del Imperio Azteca una isla situada en el corazón del Lago de Tezcoco, puede comprenderse la enorme importancia de esta deidad y la trascendencia de su descubrimiento dentro de las edificaciones arqueológicas del Centro de la Ciudad de México. Chalchiutlicueye o Chalchicuye, tenía, además poder sobre los torbellinos y tormentas y aquellos seres que perecían ahogados eran recibidos con deleite y alegría en sus celestes dominios.
Tras estas dos principales figuras de los dioses aztecas del culto acuático, les seguían en importancia una serie de pequeños dioses relacionados de una u otra manera con el culto lacustre y cuya denominación de “chaneques” permanece vigente hasta nuestros días.

Los poderes combinados de ambos dioses los representa Chac en la cultura maya, pero las fuerzas poderosas del viento y el agua desatados furiosamente los representaba el Dios Huracán, voz que ha persistido hasta nuestro días como sinónimo de las fuerzas incontroladas de la Naturaleza.
Para los quichés, primos hermanos de los mayas, la representatividad de la deidad acuática era evocada como Tohil o “el (señor) de la lluvia”. Los mixtecos le denominaban Tzahuí, mientras que los zapotecas rendían culto a la deidad que adoraban bajo el nombre de Cocijo.

Los otomíes le dieron el nombre de Muyé, mientras que los totonacos asentados a las orillas del Golfo de México le llamaron Tajín y a su veneración dedicaron el más importante santuario de la cultura religiosa del Totonacapan. Para los purépechas o tarascos era Tíripeme, hijo de Tariacuri y aún hoy en día es posible encontrar vestigios de este extendido culto en las playas y aguas interiores de los estados de Guerrero, Michoacán, Colima y Jalisco. Mientras que para los Chiapas era Votán.

Los coras y huicholes que aún conservan en sus etnias gran parte de sus ceremonias religiosas, ofrecen el culto a sus dioses del agua Aramura y Quiaumucame, ofreciendo en sus ritos religiosos, plenos de sincretismo, objetos que arrojan a las olas del mar desde las playas de Nayarit, Jalisco, Colima y Michoacán o emprendiendo largas caminatas en busca del peyote por los ríos y lagunas de los estados mencionados así como las de san Luís Potosí y Veracruz en una larga y cansada peregrinación ritual.

Es indudable que dentro del territorio de la América precolombina existieron otras deidades cuyos feligreses relacionaban con el culto al agua, como el caso de Viracocha en la cultura inca, pero también es indudable que todos estos antecedentes parten del tronco común que representó la cultura olmeca y que sus dioses, cuyos nombres, efigies y representaciones codiciliarias aún desconocemos, deben de estar sepultados y ocultos bajo toneladas de limo o arena en los ríos, estuarios y lagunas de alguno de los estados del sureste mexicano como, Tabasco, Campeche, Chiapas o Veracruz..

Solo esperan al audaz explorador que los descubra bajo las aguas de México.