miércoles, 20 de enero de 2010

Pionero del Buceo



"La muerte es algo tan natural como la vida misma. Se empieza a morir desde que se nace y llega el día, en que irremisiblemente, el Hades dice hasta aquí."




CAMPOMANES.





Instructor Manuel Campomanes Martínez(segundo de izquierda a derecha acompañado de su hijo,Edwin y el Ing. Kasuga el 11 de Diciembre 2010 acompañando a Edwin en su Ingreso al Salón de la fama)





POR: Edwin Corona y Cepeda.
Instructor Internacional de Buceo.
Le conocí en febrero de 1973.
A los 33 días de formada la Asociación de Actividades Subacuáticas del D. F.
Era el “benjamín” de los Acuanautas de Puebla.
Del grupo de los pioneros del buceo federado en Puebla, José Jaime Rojas Tapia, Evelio González de la Torre, Rubén Alvarez Medina y Christian Siruguet, que después sería su compadre.
Chaparrito, rechoncho, hablantín, inquieto.
Enfundado en un uniforme dos tallas más grande de la Cruz Ambar.
Quería – y así lo expresó – dedicar su vida al buceo comercial.
Era Manuel Campomanes Martínez.




Por esos tiempos, la actividad comercial submarina, era apenas incipiente. Unas cuantas empresas que se dedicaban a “piscachear” lo que podían: Organización Submarina Mexicana del Ing. Mauricio Porraz Constructora Subacuática DiaVaz cuyo gerente era Ricardo Vazquez y Compañía Mexicana de Salvamente Marino cuya dirección estaba a cargo del “Capitán Garfio” Ing. Carlos García Robles y del Teniente de Corbeta Luis Hurtado Matute. Estas compañías, eran, si acaso, las más importantes de todo el panorama submarino nacional. Y su principal contratista era PEMEX.




El parlanchín poblano no dejo de preguntarme, de cuanta forma le fue posible a quien debía ir a ver para empezar a trabajar. Y para validar sus argumentos, me habló de su “amplia” experiencia: Estudios de Técnico Pesquero en el Centro de Estudios Marinos de Veracruz, bajo la dirección del Ing. Luis Kasuga. Unas cuantas inmersiones en las gélidas aguas de la Laguna de Alchichica con los Acuanautas y otras con el famoso “Chanoc” de Veracruz. No llegaban a veinte. Y párale de contar.




Atosigado por su insistencia y sin quedarme otro remedio, a regañadientes le di una de mis tarjetas de presentación dirigida a Luis Hurtado, con la leyenda: “Te agradeceré atiendas al portador y le ayudes”. Mi firma, la fecha y nada más.




Paso más de un año y le volví a ver con su uniforme de socorrista, ahora si, a su medida y ya con el grado de Capitán, en la piscina del Club Alfa 2 de Puebla, donde, con motivo de la Primera Convención de las Actividades Subacuáticas se realizaron las primeras competencias de nado con aletas y aparatos de que se tenga historia en la República Mexicana. Estaba al mando de un grupo de rescatistas por “aquello de las moscas”.
Paseaba, junto con mi Secretario de Actas “Ito” Vázquez alrededor de la alberca, cuando observé, en el carril destinado a los socios, un cuerpo inerte de alguien que yacía en el fondo. Se habían dado “las moscas” y tal vez el fulano hubiese perecido ahogado, si Campomanes, que nos acompañaba, no se tira al agua y lo saca. El tipo estaba inconsciente. Un ataque de epilepsia lo había precipitado al fondo de la alberca de donde lo sacó Campomanes. Rápido como un rayo, lo acercó a la orilla, se dio cuenta del problema y sacando del estuche que pendía de la fajilla unas tijeras, extrajo la enrollada lengua, colocando un pedazo de madera entre los dientes para evitar que se cerrara y tras la maniobra de Trendelenburg para expulsar el agua de los pulmones, se lo echo al hombro al estilo de “bombero” y rápidamente, con la ululante sirena de la ambulancia, lo trasladó al hospital.
Durante el baile de fin de Convención le felicité y me platicó que ya estaba trabajando, gracias a mi recomendación con la Compañía de Salvamento Marino, donde, además de bucear, ponía en practica sus conocimientos de primeros auxilios y rescatista, ya que en esos tiempos eran escasos, si no inexistentes, los servicios médicos de las plataformas petroleras. También había elaborado un Manual Operativo y de Primeros Auxilios y Buceo de Saturación, para la empresa DiaVaz, cuyo ejemplar, dedicado, guardo con cariño. Y, aprovechando - dijo – quiero que seas mi padrino de boda.
Así que al mes siguiente, lo casé.
En la Catedral de la Angelopólis.
Su afán de conocimiento le llevó a la Bahía de San Carlos, en Baja California donde se hizo cargo de los tratamientos de descompresión a los buzos abuloneros, salvando la vida de algunos en varias ocasiones. Para entonces ya era feliz padre de dos estupendos chamacos: Ricardo y Edwin, cuyos nombres fueron en honor de Ricardo Preciado, otro gran buzo profesional y de un servidor.
Le perdí la pista durante un buen tiempo y luego me enteré que había ido ascendiendo en su trabajo, desde un simple tender, hasta supervisor y superintendente de buceo de varias importantes empresas internacionales de buceo comercial.
Su nombre y actividad era conocido entre todos los profesionales del buceo comercial en la Sonda de Campeche y se le trataba con respeto y deferencia. Y no era para menos. Cuando la tragedia del derrame del pozo Ixtoc que ocasionó el naufragio de un navío con cinco buzos a bordo dentro de una cámara hiperbárica, el Capitán Manuel Campomanes, enterado del trágico percance a sus compañeros buzos, de inmediato se trasladó al lugar para ser el primero en montarse la escafandra y dirigir las actividades de rescate.
Apasionado del deporte federado y pese a tener varios cursos y reconocimientos internacionales en su actividad profesional, no dudó, ni por un momento, en participar dentro del Comité Técnico de la Federación Mexicana de Actividades Subacuáticas hasta obtener el título de Instructor Internacional de Buceo con el grado de Tres Estrellas, que es el grado máximo de operatividad internacional al que un maestro de buceo puede aspirar.
Mucho habría que contar, todavía, del Instructor Internacional Tres Estrellas Manuel Campomanes con 36 años de participar activamente en la estructura técnica y capacitación de buzos profesionales en el panorama submarino nacional a través de la ayuda y apoyo de la FMAS. Pero la última anécdota, de imborrable recuerdo, fue la ocurrida el pasado 11 de diciembre del 2009, 33 días antes de su fallecimiento, donde, con motivo de mi ingreso al Salón de la Fama, se acercó y me dijo:
“Padrino, te traje un regalo”.
Y metiendo la mano al bolsillo, sacó su cartera y extrajo un papel.
Era la tarjeta de recomendación que le había dado para su primer trabajo,
Había cumplido, de pie y al orden.
Requiescat In Pacem

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